
Me regalan el libro de Dambisa Moyo, “El ganador se queda con todo. La fiebre china por el control de los recursos naturales y lo que supone para el mundo” (Ed. Galaxia Gutenberg, setiembre 2013), que sigue la línea del libro “Hot Commodities” de Jim Rogers.
China es un capitalismo de Estado dirigido por el Partido Comunista (80 millones de militantes). Las 30 empresas más grandes son estatales y el 70% del total de empresas tienen al Estado como socio, quien nombra miembros de la gerencia y directorio y encima las regula.
Para ser la primera potencia mundial necesitan de materias primas duras (metales y minerales), blandas (energía y normalmente bienes cultivados, como madera, cereales y otros productos alimenticios) e infraestructura (carreteras, puertos y ferrocarriles) que apoye y facilite su extracción y transporte, para el crecimiento y bienestar de los chinos.
Y para lograrlo parecen decididos a usar todos los instrumentos legales e ilegales disponibles. En un mundo donde el cash is King, las reservas de efectivo de China –más de 3 billones de dólares en moneda extranjera en 2012– permiten un safari global de compras.
Esto tiene consecuencias políticas, económicas y sociales para el mundo. Sabemos lo que los chinos creen respecto a los Derechos Humanos y el medio ambiente. Por acá en Londres se especula que empresas chinas han tenido conversaciones con Anglo American por Quellaveco, y con Rio Tinto por La Granja (en especial ahora que se solucionó el tema de la metalúrgica). ¿El Perú está en condiciones de hacer respetar sus instituciones y sus leyes frente a las empresas y el Estado chino? Empecemos por aprender mandarín.
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